El Camino de la Plata
La Vía de la Plata debe su origen a un conjunto de calzadas romanas que unían el suroeste con el noroeste peninsular. En su tramo central la calzada romana presenta la denominación técnica actual de Iter Ab Emerita Asturicam; unía dos poblaciones romanas de gran importancia: Emerita Augusta (Mérida), capital de la provincia romana de Lusitania, y Asturica Augusta (Astorga). Siglos después, estos magníficos caminos pavimentados con piedras los utilizaron los árabes en su conquista de los territorios peninsulares, y, posteriormente, una vez completada la reconquista cristiana, fueron los devotos de Santiago quienes siguieron estas calzadas en su peregrinación a la tumba del Apóstol.
La denominación «Plata» no tiene ninguna relación con el metal de plata. No se conoce con certeza su origen, pero la hipótesis más verosímil parece ser la de una evolución fonética de la palabra árabe Balata, que significa camino adoquinado.
Centrándonos en el camino actual, lo primero que debemos apuntar es que las dos palabras que mejor sintetizan la esencia de la Vía de la Plata son: soledad y calor. ¿Son hándicaps? Depende de para quien, pero es un hecho que forman parte fundamental de ese camino; quizás, son al mismo tiempo, como las dos caras de una moneda, sus mejores virtudes y sus peores inconvenientes. En 2003 escribió lo siguiente: «En algunos tramos, sobre todo entre Sevilla y Salamanca, la soledad es inmensa. Horas y horas de camino sin coincidir con nadie y sin pasar por ningún lugar habitado». Ahora ya no puedo suscribirlo, pues desde entonces el aumento de peregrinos ha sido constante, y ahora ya es habitual ir coincidiendo al largo de la etapa con otros caminantes, sobre todo en primavera y otoño. En cuanto al calor, y también principalmente en el tramo de Sevilla en Salamanca, depende, por supuesto, de la época del año: en primavera y otoño puede ser intensa, y en verano puede ser insufrible. Algunos días de julio y agosto, en Andalucía y Extremadura el termómetro supera los 40 grados oficiales (o sea, en la sombra) en las horas centrales del día. Caminar a esa temperatura es extremadamente peligroso, pues el golpe de calor no avisa y puede ser mortal. En estas circunstancias no quedará más alternativa que realizar etapas cortas aprovechando la matinada o otoño para avanzar. O, más sensato aún, evitar ir a la Vía de la Plata en los meses más calurosos.
La señalización, con flechas amarillas en todo el recorrido, es buena por lo general y seguirla no presenta especiales dificultades. Por supuesto, es más austera que la señalización del Camino Francés, y, en un camino tan largo, es normal desorientarse alguna vez, posiblemente más por un descuido nuestro que por una mala señalización. En algunos tramos, en las flechas amarillas se superponen otros elementos indicadoras: mojones de piedra, cubos en el caso de Extremadura, réplicas de miliarios romanos, etc.
La soledad, el calor, las largas distancias entre las poblaciones, y el millar de kilómetros que separan Sevilla de Santiago, hacen de éste un camino poco propenso a la masificación, aún pese al aumento de peregrinos año después de año.
Los mejores meses para recorrerlo son marzo, abril, mayo y octubre. En estos meses los extranjeros son mayoría abrumadora. En junio y septiembre deberemos tomar precauciones en cuanto al calor. En julio y agosto es desaconsejable, al menos el tramo de Sevilla en Salamanca. Y el invierno puede ser una buena alternativa para los solitarios empedernidos.
La Vía de la Plata es un camino atractivo para los ciclistas, dado que buena parte del recorrido (por supuesto, no todo) es ciclable. Y los desniveles, en su conjunto, son inferiores a otros caminos.
En cuanto al paisaje, La Plata tiene muy exclusivo. Además de los espesos bosques de robles que hay en Sanabria y Orense, además de los inmensos campos ondulados de cereales que encontramos entre Salamanca y Granja de Moreruela, además de los olivares y viñedos que vemos en Andalucía y Extremadura, además de los cultivos y bosques de eucalipto que se extienden a La Coruña, además de todo esto y más, hay un tipo de bosque que convierte a la Plata un camino único: la dehesa. En Andalucía, en Extremadura, y en el sur de la provincia de Salamanca, cruzamos extensas dehesas; bosques claros de encinas donde amasan libremente el ganado vacuno y porcino. Son bosques de belleza sugerente, resultado de la transformación por la mano del hombre de primitivos bosques para la explotación ganadera extensiva. Las dehesas más antiguas tienen tres mil años.
Será precisamente en estas dehesas donde nos encontraremos a menudo con ganado. Algunos ejemplares presentan un aspecto inquietante, pero no suelen inmutarse al ver pasar a un caminante. De todas formas será mejor ser precavidos, no molestarlos ni acercarnos demasiado, y más aún en caso de que haya crías. Afortunadamente, la Vía de la Plata no pasa por ninguna dehesa con toros toros; de lo contrario, posiblemente esta web no existiría…
A lo largo de los 1.082 kilómetros de recorrido (sumando ambas variantes) el camino pasa por 104 poblaciones con servicios, con una media de una población con servicios cada 10,4 km. Ninguna similitud, por tanto, con la misma cifra referida al Camino Francés (5,6 km). No es un dato negativo, pero debemos tener presente que la distribución a lo largo del camino de estas poblaciones es irregular, y, por ejemplo, en Extremadura, esta media pasa a ser de casi 15 km. Por tanto, no hay duda de que en algunos tramos no nos quedará otra opción que cargar la mochila con un poco de comida y varios litros de agua. Repasamos ahora las distancias más largas sin encontrar ni un bar ni una tienda, que son: de Carcaboso a Aldeanueva del Camno (38,6 km), aunque a mitad del trayecto está el Centro de Interpretación de Cáparra (se realizan excavaciones arqueológicas ) que dispone de varias máquinas expendedoras de bebidas y snacks; de Castilblanco de los Arroyos en Almadén de la Plata (28,8 km); y, finalmente, de Fuenterroble de Salvatierra en Sant Pere de Fregats (28,6 km). Las mayores poblaciones por las que pasa el camino son: Sevilla, con casi tres cuartos de millón de habitantes; Salamanca, con ciento sesenta mil habitantes, y Orense, con poco más de cien mil habitantes. Las demás capitales de provincia (Cáceres, Mérida y Zamora) no alcanzan los cien mil habitantes.